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El pasado 19 de marzo, Lana del Rey publicó su séptimo álbum titulado Chemtrails over the Country Club (Interscope Records, 2021) con la producción de Jack Antonoff, conocido por haber trabajado con Taylor Swift y Lorde.

A principios de esta década, con el éxito del debut Born to Die (2012), favorecido por su primer video viral Videogames en los que unía el found footage, selfies y sus propias grabaciones, Lana del Rey, nombre artístico de Elizabeth Grant ha marcado un singular camino en la música pop. Estos trabajos de corte sadcore e indie convergen y transportan a las largas carreteras de los años 50, desligándose, así, de sus coétaneas Lady Gaga, Rihanna o Katy Perry. De esta manera, del Rey rescata el pasado y eleva el imaginario estadounidense, presente tanto en sus letras como en su estética.

La evolución de la cantante comienza con sus primeras melodías románticas de tono nihilista y autodestructivo, que fueron tachadas de poco originales por sus múltiples influencias. Asimismo, fue duramente criticada en numerosas revistas debido a la “falta de autenticidad” y a su aspecto, considerada un producto artificioso de la industria musical por haber alcanzado fama comercial y mundial, antes de la publicación de su disco. Los misterios y habladurías que rodean a su nombre siempre han dado mucho de que hablar.

 

De la literatura del Rey utiliza, como fuente de inspiración, a la malinterpretada Lolita de Nabokov, a Whitman y a la generación beat de Kerouac y Ginsberg. También toma como referencias a iconos de la música como Elvis y James Morrison, así como películas y directores, actrices y actores del cine clásico e independiente de Hollywood como David Lynch o Marilyn Monroe. A lo largo de su carrera, Lana del Rey realiza una exploración de la feminidad y la posición de la “mujer objeto” que, debido a los arquetipos propios del sistema patriarcal, se muestra como víctima del abuso y del dolor y como consecuencia, se da una idealización de un amor turbulento, como puede verse en los versos oscuros: “He hit and it felt like a kiss”. Continúa con esta línea hasta los dos últimos discos, en los que vemos cierta emancipación, sin dejar de lado sus temas principales: el amor y la mirada hacia el pasado.

Progresivamente, el sonido se ha vuelto más melódico y minimalista. Si con Born to Die (2012) y Paradise  (2012) exploraba el indie pop de manera cinematográfica, apoyada por el uso de sonidos orquestrales con violines, sintetizadores, tonos hip hop y su voz contralto, grave por momentos en temas como Summertime Sadness o God and Monsters; en Ultraviolence (2014) demuestra una madurez tanto narrativa como experimental, debido al registro vocal, protagonista en todas sus canciones, la introducción de guitarras, bases lentas y reiterativas encajadas con baterías que marcan el sonido. En Lust for live (2017) pasa por un sonido innovador colaborando con artistas como The Weekend, A$AP Rocky. El resultado son dieciséis canciones más electrónicas y luminosas inspiradas en el trap y en las que las múltiples capas agudas de voces que se insinúan, especialmente en Cherry, se incrementan, al igual que introduce el trip hop, pero nunca sin perder su esencia lánguida y melancólica, como se puede escuchar en 13 beaches.

Encontramos en Norman Fucking Rowell (2019, Interscope Records) un sonido ambiental e íntimo, con melodías circulares de guitarras acústicas influenciadas por el rock psicodélico, pianos que se prolongan, baterías tímidas y sutiles sonidos electrónicos que resaltan su voz. Con esta atmósfera hipnótica, Lana explora otro lado de las relaciones: ya no muestra el oscuro paraíso de la fama y de Hollywood de manera glamurosa, sino que, esta vez, en mitad del mar, se aleja de una ciudad en llamas. Esto queda reflejado en la portada del disco en la que se muestra la pérdida y el desencanto del sueño americano en canciones como The greatest y Next american record, contraponiendo, así, la figura que da nombre al título del disco, el ilustrador Norman Rowell, con su patriotismo idealizado. A su vez, sigue examinando la dependencia en las relaciones románticas, pero ahora, tiende la mano a su pareja: “You lose your way, just take my hand /you’re lost at sea, then I’ll command your boat to me again/ Don’t look too far, right where you are, that’s where I am/ I’m your man”. Se ofrece como compañera, en lugar de quedarse en segundo plano, en letras como Norman fucking Rowell, CaliforniaCinammon Girl, dejando de lado el ensalzamiento del hombre, mientras que en Hope is a dangerous thing for a woman like me to have nos vuelve a dirigir a un terreno oscuro y melancólico, donde explora la depresión, la fama además de los traumas, mediante lentos, minimalistas sonidos acompañada de un piano melódico, con el que hace, también, referencia a la poesía de Sylvia Plath.

En este nuevo disco sigue la estela de Norman Fucking Rowell! en ritmo y concepto. Abre con la balada nostálgica White Dress, un recorrido por sus juveniles años, en los que la fama no significaba nada, con un piano que queda eclipsado por su voz. Es una voz que se va quebrando y, por momentos, es apenas imperceptible hasta que, finalmente, da paso al hit que da título al disco. Aunque el male gaze sigue latente, la Lana del Rey que se presentaba en un altar flanqueada por tigres queda atrás, pues ahora escuchamos a una artista en su desnudez y sobriedad. Esta vez, aparece feliz y con menos artificialidad a su alrededor, arropada por un círculo de amistades con las que comparte portada, cuya publicación ha sido objeto de crítica y polémica. Esta naturalidad se nota en la composición y los sonidos marcados por guitarras acústicas, influencias folk y el uso excesivo de pianos. Sin embargo, introduce un ligero autotune al final de Tulsa Jesus Freak y, además, recoge partes de su anterior Marine Complex Apartment en Let me love you like a woman, para volver al anhelo del amor, con un tema en el que persuade a su amante a viajar a su lado. Por otra parte, los ritmos con los que empieza Dark but just a game llevan a un terreno sombrío como reflejo de lo que, para ella, significa la fama, un tema reiterado en sus canciones. No obstante, con los coros armónicos e hipnóticos, típicos de la artista, la canción cambia de dirección. Con todo, asistimos a la ruptura y a la independencia del amor y la toxicidad, como se escucha en el dueto con Nikki Lane Breaking up Slowly, su canción más country.

Como siempre, hace un recorrido estival por los Estados Unidos. Se trata del paraíso perdido por el que conduce mientras suena Not All Who Wander Are Lost alejándose del éxito hollywoodiense y las joyas. En Chemtrails over the Country Club se sitúa en las calurosas y  largas carreteras de la América profunda y, además, introduce, como suele hacer, partes de canciones, referencias a literatos, películas y músicos. En particular, le rinde homenaje a Joni Mitchell haciendo una versión de For Free e incluye diferentes guiños a sus antiguas creaciones como se descubre en Yosemite. Según indica la artista, a raíz del estreno, “Puedo pararme y volver a mi propio trabajo, hay gente que está obsesionada con crecer, aprender y renovarse pero yo soy más de buscar dónde soy feliz y proyectarlo en un record” palabras que quedan reflejadas en esta canción “Seasons may change /But we won’t change /Isn’t it sweet, how we, know that already? Winter to Spring/ Spring back to Fall/  Isn’t it cool how nothing here changes at all?”

Chemtrails over the country club es un viaje nostálgico por un verano pausado de pueblos bañados por el sol, “I came from a small town, how about you?”, en el que Lana del Rey nos invita a contemplar las estelas de los aviones, donde nada cambia, pero a la vez, todo se renueva, unificando todos sus tiempos.

 

 

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